miércoles, 14 de octubre de 2009

Meru


-¿Orochi? – repetí.
Asintieron con un gesto idéntico, sentados cada uno en un extremo de la mesa.
La casa de los gemelos no era demasiado grande, pero comparado con el bosque era casi un palacio. Los tazones de sopa que humeaban en la mesa me recordaban el hambre que tenía.
-Lo siento, pero no me suena… - les dije, bajando la vista.
-Está claro que no eres de aquí – suspiraron al mismo tiempo.
-Es una de las familias más importantes de la zona – empezó Fobos.
-Y hace algún tiempo llegó a su casa una extranjera… - continuó su hermano.
-Escuchamos a Ryuusei decir que no era de este mundo…
-Así que pensamos que igual era del tuyo.
Me pone de los nervios cuando los gemelos terminan las frases del otro, pero esta vez se me escapó una sonrisa.
-¿Sabéis como se llama? – pregunté.
Ellos negaron con la cabeza.

De todos modos, aunque esa chica fuera de mi mundo… ¿Qué posibilidades había de que nos conociéramos? Todavía estaba tratando de asimilar que ahora ya no me encontraba en mi casa, que ni siquiera estaba en el mismo mundo que mi familia, que mis amigos…

La gente del pueblo me había observado con curiosidad mientras caminábamos en dirección a la pequeña casa. Mi ropa, mi aspecto, todo estaba fuera de lugar.
Necesitaba saber que no era la única en esa situación.

-¿Creéis que podría hablar con ella? – les pregunté.
Se quedaron en silencio unos instantes, mirándose como si pudiera hablar telepáticamente. Igual podían, ya no me sorprendía nada.
-¿Francamente? – preguntó Deimos
-No creo que te reciban – musitó Fobos. – Viven en una especie de jaula de oro…
-¿Entonces para qué me decís nada? – me quejé.
Parecían divertidos ante mi reacción. No pude evitar pensar que para ellos yo era una… “novedad”, la chica rara del otro mundo.
-Te acompañaremos hasta la urbanización donde viven, pero no te podemos prometer que te vayan a recibir – dijeron al unísono
Asentí.
-Eso me vale.




Unas horas más tarde, cuando la luz del sol empezaba a perderse en el horizonte, la imagen de la enorme mansión se dibujó frente a nosotros.
A su alrededor decenas de casas similares esperaban silenciosas a que llegara algún nuevo dueño que pudiera habitarlas. Todo estaba en silencio.
Retazos de niebla flotaban en torno a nosotros, impidiéndonos ver los nombres escritos frente a las verjas de las mansiones. Más que un lugar habitable, parecía un cementerio.
-Este sitio pone los pelos de punta – resumí.
Di un par de pasos hacia la pesada verja metálica, que casi parecía la mandíbula de algún animal a la espera. Los grandes ventanales estaban oscuros, como si nunca se hubiera encendido una luz en su interior.
Tragué saliva, volviéndome hacia los gemelos que esperaban un par de metros por detrás de mí, con los brazos cruzados.
Me dedicaron una sonrisa de aliento.

La verja chirrió al contacto con mi mano.
No había ningún timbre o algo que se le pareciera, de modo que entramos en el enorme jardín sin esperar a ser invitados.
Los árboles que crecían en torno a la casa tampoco me resultaban familiares, pero no me paré demasiado a observarlos. Todo el jardín estaba perfectamente arreglado, pero mantenía un aspecto salvaje que recordaba a algún tipo de jungla. Fuesen como fuesen los habitantes de esa mansión, seguramente tenían algo que esconder.
La puerta nos esperaba sobre unos escalones cubiertos de hojas secas.

Me repetí a mí misma que no pasaba nada, al fin y al cabo solo eran personas, y yo no estaba sola. ¿Qué era lo peor que me podía pasar?
Lo sabía. Que esa chica en realidad no fuera de mi mundo.
Sería una decepción enorme, porque albergaba la esperanza de que ella supiera cómo regresar a casa.

No tenía pensado quedarme en ese mundo para siempre.

Respiré hondo mientras cogía la pesada aldaba de la puerta y la dejaba caer sobre la superficie de madera brillante. El sonido retumbó por toda la urbanización como el eco de una caída, contribuyendo a que la atmósfera tétrica se hiciera más pesada.


Esperamos.
El sonido de unos pasos por el pasillo se fue haciendo más y más fuerte hasta que fue interrumpido por el de una cerradura al abrirse.

domingo, 11 de octubre de 2009

Ryuusei



Horrorizado, tuve que ver como el contenido de la estantería se desparramaba por el suelo como a cámara lenta. Las copas se despeñaban contra el suelo y sonaban como un cuello rompiéndose. Las fuentes, se esparcían en pedazos por toda la estancia y las puertas del mueble, por no ser menos, cayeron como una cascada explosionando justo ante mis pies.

Incapaz de decir nada, me lleve las manos a la cabeza mientras veía como los cristales rebotaban contra el suelo.

-… -abrí la boca un par de veces para a continuación volver a cerrarla- …

Miré cómo en mis manos descansaba la ahora huérfana fuente que pensaba usar para servir la sopa y luego giré el cuello para ver como mis hermanos se quitaban de encima la montaña de vidrio roto.

-¡AY! Podías ayudar, Ryu, que esto duele… -comentó uno de ellos.

-… -ante mis ojos vi pasar toda mi vida en microsegundos: mi obtención de título de cocina, mis primeros pasos en el mundo de la repostería, mi gran auge en los concursos culinarios… y a continuación vi una lápida de piedra con mi nombre grabado en ella: “R.I.P. Aquí descansa Ryuusei Ri, gran cocinero y amigo de sus amigos. Tus hermanos causantes de tu muerte, te recuerdan…”

-¡Déjale! Está muerto… ¿No lo ves? –dijo otra voz.

-… -“Tu padre te tendrá siempre en su memoria… Tu familia llora tu muerte prematura…”-…

-¿Estáis bien? –preguntó la voz de la extranjera.

-¡Auch! Tengo más heridas que cuando me caí por….

Ensimismado en mis pensamientos, no me di cuenta de que el silencio se había adueñado de la situación.
Por eso, con la mirada perdida, me giré hacia los ojos azules que me gritaban desde el piso de arriba.

-…-OCINERO DE LOS COJONES!! –susurraba James con su suave y musical voz- ¡PERO QUE COÑO HAS HECHO, PEDAZO DE ANORMAL! ¿¡PERO TU SABES CUÁNTO CUESTA ESA VAJILLA!? ¡ESTÁS MAL DE LA CABEZA! ¡SUBNORMAL! ¡TONTOLABAS! ¡ESTOY DE TI HASTA MIS SANTOS COJ…!

Consiguiendo por fin reaccionar, miré como mis adorables hermanos pequeños se escabullían por la puerta de su habitación dejando a su paso un pequeño rastro de pedacitos brillantes.

-¡Bueno, bueno, James, tranquilo! –dijo la voz de Neil, santo patrón y salvador de los cocineros- Seguro que no lo ha hecho a propósito, ¿Verdad, Ryuusei?

-… S-sí… Verdad… Eso… -dije, dejando la fuente sobre la mesa y escaqueándome también de la escena…

-¡PERO NEIL! ¡DESPÍDELO DE UNA PUÑETERA VEZ!

-¡Chst! Baja la voz, hombre, que hay gente durmiendo… -escuché desde la cocina.

Aprovechando la confusión, cogí la lista de la compra, a pesar de que no me hacía falta hasta la noche, y salí por la puerta de atrás con el rabo entre las piernas.
Me apetecía pedalear (o escapar más rápido), así que me monté en la vieja bicicleta que había apoyada en la pared, y me encaminé hacia el pueblo.

-Pan, leche, fruta, judías, chocolate, dulces… y una vajilla… -le dije a la panadera consultando la lista.

-Sólo tengo el pan, Ryu, cariño –se rió ella- ¿Qué te ha pasado? Pareces un perro apaleado.

-James Orochi tiene la cualidad de darte una paliza verbalmente, -dije, mientras veía entrar más clientes que me miraban con desaprobación.

-Ese hombre no tiene remedio, no sé ni porqué trabajas ahí. ¿Qué ha sido esta vez? ¿La sopa estaba un grado más fría? ¿Le molestaba la corriente de aire…?

-Qué va… mis hermanos, que se han cargado su vajilla de cristal. Han hecho un destrozo de mil demonios. Como siempre.

-¿Tus hermanos pequeños? Pero si son adorables, hombre.

-Sí, como un bulldog. Adorabilísimos. Pero con un poco de suerte, pierdo al pequeño de vista, que ahora que tiene novia…

-¡Ah! Sí, les he visto juntos. Hacen buena pareja, ¿no crees?

-Sí, bueno, perfecta. Yo con tal de que se lo lleve de casa…

-No digas eso, hombre, que en el fondo los adoras…

-Los adoro en el fondo, sí, en el fondo del sótano, donde no molesten…

Cogí las barras que llevaban ya un rato descansando sobre el mostrador, cuando me giré y me encontré a dos chicos mirándome con los ojos abiertos de par en par.

-Bueno, bueno, ya me marcho, no me miréis así… -les dije, saliendo de la tienda rápidamente.

-¿Es posible que todos los gemelos sean igual de maleducados…? –dije, dirigiendo una última mirada al interior.

jueves, 8 de octubre de 2009

Meru

Se escuchaba el tenue susurro del aire entre las hojas de los árboles. Sentía el aire en la cara, despeinándome, consiguiendo que abriera los ojos con aire cansado.
Sobre mi cabeza, las ramas de unos árboles que no identifiqué se mecían suavemente, bloqueando los rayos de sol que calentaban la tierra bajo mi espalda.
Aquello no era la habitación del hotel, ni siquiera se parecía al paisaje de sus alrededores.
Todavía medio dormida, intenté encontrar a alguna respuesta lógica. No era sonámbula, así que eso quedaba descartado. No era posible que me hubieran secuestrado y luego abandonado en medio de un bosque, o al menos me negaba a creerlo. Tampoco que hubiera llegado allí por mi propio pie y lo hubiera olvidado… ¿verdad?
Me incorporé trabajosamente, la cabeza me daba vueltas como si la acabara de sacar de una lavadora.
Perfecto.
Me sentía fatal y ni siquiera sabía donde estaba.
Miré a mi alrededor, intentando encontrar algo que me resultara familiar, pero lo único que había junto a mí era mi mochila, tal cual la había dejado, y un par de mantas gruesas tiradas al pie de un árbol.
-Igual me he muerto – musité, dejándome caer de nuevo hacia atrás.
Escuché el sonido de pasos entre la maleza y aguanté la respiración. Esos pasos se acercaban. Me puse en pie de un salto, pero sentí un dolor punzante en la pierna izquierda que hizo que volviera a caerme. Tenía rota la pernera del pantalón a la altura de la rodilla, y entre la tela desgarrada se podía ver una herida profunda que continuaba sangrando. Me obligué a mí misma a apartar la mirada antes de que empezara a marearme.
Los pasos continuaron aproximándose por lo que, aún tirada en el suelo, intenté mantenerme lo más digna posible. Si esa persona o lo que fuera intentaba hacerme daño iba a encontrar toda la resistencia que pudiera ofrecer. Respiré hondo.
Los pasos no provenían de una sola persona, si no de dos.
Ya empezaba a imaginarme lo peor cuando escuché una de las voces de los dueños de esos pasos.
-¡Vaya! ¡Si se ha despertado!
Por encima de uno de los arbustos aparecieron dos caras que me observaban expectantes, o tal vez solo era una persona y era yo la que veía doble.
No debían ser mucho mayores que yo, aunque de altura me sacaban casi una cabeza. Ambas caras eran totalmente idénticas, desde los rasgos finos hasta el color verde profundo de sus ojos. Pero a pesar de esto, no debía de ser muy difícil distinguirlos: uno de ellos tenía el pelo negro, oscuro como la noche, mientras que el del otro era casi rubio. Me pregunté si alguno de los dos sería teñido, porque se suponía que los gemelos eran idénticos hasta el más mínimo detalle.
Mientras yo me entretenía pensando en todo esto, ellos se habían acercado a mí y esperaban agachados a que me dignara a decirles algo. No parecían peligrosos, además, tenían un aspecto tan frágil que hasta yo podría con los dos.
Él rubio sonrió.
-¿Entiendes nuestro idioma? – me preguntó.
Hablaba con voz pausada, con un deje musical que no se parecía a ningún acento que consiguiera recordar. Pasé por alto su pregunta.
-¿Quiénes sois? – dije, bruscamente.
-Supongo que eso es un sí – comentó el moreno, rebuscando entre las mantas – Yo que tú intentaría ser un poco más educada con las personas que te han salvado la vida. El bosque no es lugar seguro para señoritas y menos por la noche.
-Me valgo sola – bufé.
-Sí, seguro – replicó él, señalando mi rodilla.
-Tiene mal aspecto – añadió su hermano – Será mejor vendárselo de una vez…
El moreno asintió, sacando de entre las mantas un pequeño frasco de cristal relleno de un líquido espeso de color azulado y un rollo de vendas.
Abrió el frasco.
-Mira para otro lado y, por lo que más quieras, no grites. Cómo nos oiga alguien va a ser peor…
Aguanté la respiración y clavé las uñas en la tierra.
En cuanto el líquido entró en contacto con mi piel, el dolor del corte fue sustituido por una sensación de quemadura, algo que me imaginaba igual a que te echaran ácido en la pierna. El grito se me quedó atascado en la garganta, me moría el labio con tanta fuerza que sentí el sabor de la sangre en la boca.
-Esto… ¿No eres de por aquí, verdad? – preguntó el rubio, intentando que pensara en otra cosa.
Carraspeé
-¿Qué es exactamente “por aquí”?
Intercambiaron una mirada extrañada.
-Kiri no higurashi no mochi – respondió el rubio – O Kigurashi. El pueblo de las cigarras de la niebla.
Sonaba muy poético y todo eso, pero no me sonaba. Y dudaba que se encontrara en las proximidades del hotel de Berlín en el que estaba antes de dormirme…
-Bueno… pues se podría decir que no… - musité.
El tacto del líquido azulado fue sustituido por el de las vendas.
-Bueno. Esto ya está – corearon los dos al mismo tiempo.
Intenté ponerme de pie. La rodilla me seguía doliendo, pero por lo menos podía caminar.
-Gracias, pero aún no habéis respondido a mi pregunta… - les dije.
-Cierto. – confirmó el moreno – Mi nombre es Fobos, y mi hermano se llama Deimos.
Sonreí.
-Yo soy Meru.

martes, 6 de octubre de 2009

Prólogo

Había una vez una princesa en un palacio. Un día, la princesa se quedó dormida, y se sumió en un sueño muy profundo. La princesa fue despojada de todos los lujos y desterrada a un lugar muy, muy lejano.

Cuando despertó, la princesa se encontraba sola. Vagó deambulando perdida y hambrienta durante días. Pero un día, apareció ante ella un extraño príncipe de hermosa faz, que la llevó con ella.
Poco después, la princesa se enamoró de aquel príncipe. Cogidos de la mano, vagaron por todo el lejano país. Un día, el príncipe le presentó a sus mejores amigos.

-Bienvenida a nuestro país –dijeron los príncipes.

Los cuatro viajaron juntos durante mucho, mucho tiempo…
Pero un día, uno de los príncipes se marchó.

-Volveré a por vosotros… -se despidió de la princesa, desapareciendo en la noche.